"En casa de Dolores,
la tertulia tiene lugar siempre en derredor de la mesa del comedor.
Como corresponde. En dos o tres ocasiones, al terminar nuestras
entrevistas filmadas, ella nos invitaba a tomar un ligero refrigerio.
Y había que ver cómo andaba buscando, para obsequiarnos,
extrañas bebidas, de esas que sólo se hallan en
casa de un abstemio. Un aguardiente amarillento, envjecido en
el sueño del aparador, un champagne búlgaro de
sabor a manzana, o un licor español traído Dios
sabe cuándo por algún compatriota. Aún
así, no sabían mal, no, esos sorprendentes brebajes
que Dolores se afanaba en buscar por insospechados rincones
de la casa. Quizá porque venían acompañados
de un buen café, de exquisito bizcocho fabricado por
la dueña de la casa y de una animada charla, insustancial
y ligera, liberados ya del ojo avizor de la cámara.
En esas tertulias, Dolores
gusta abordar las cosas en sus pequeños detalles. Bien
sea para contarle de alguna costumbre rusa, de cierta característica
peculiar de los soviéticos, o para recordar y preguntar
acerca de las cosas de España. Recuerda una calle, un
pueblecito, describe determinado lugar o enumera las no sé
cuántas formas de cocinar el bacalao. Es experta en esto
último.
¿Quién
va a discutir la primacía de las mujeres vascas cuando
se meten en la cocina?"