El libro de Amílcar es el reflejo -la hipóstasis, mejor dicho- de su descarada independencia; piensa como le da la gana y sobre lo que le da la gana, por eso se planta frente a la anciana teología y le deshollina los huesos, y con ellos bien lustrados se pone a dar mandobles en los prestigiosos -y al parecer hoy día tabúes- costados del concepto Infinito.