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28,40 €
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Editorial:
QUORUM EDITORES
Año de edición:
Materia
Literatura arabe
ISBN:
978-84-88599-93-3
Páginas:
304
Encuadernación:
RUSTICA
Colección:
VARIOS
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En un país norteafricano la cúpula militar se prepara para tomar el poder mediante un golpe de estado. Al desarrollo de la trama de secretas alianzas y maniobras conspirativas, se suma la insatisfacción de las esposas de los golpistas que preparan, a su m

UNA PARÁBOLA MARROQUÍ
Prólogo de Juan José Téllez

Bensalem Himmich, el autor de esta fascinante, terrible y divertida parábola en forma de novela, cuyo titulo original en árabe es el de La revuelta de los cabecillas y las mujeres ?algo así como Fitnat al-ruús wa-l-niswa, publicada en Beirut en el año 2000? no es precisamente un desconocido. Novelista, poeta y ensayista marroquí, es uno de los escritores con mayor proyección del norte de África. Autor de una treintena de obras escritas en árabe y en francés, entre sus títulos destacan El libro de las fiebres y las sabidurías (Rabat, 1992) y Los comisionistas de espejismos (Beirut, 1995). Pero su interés literario no sólo se dirige hacia el ámbito de la ficción sino también hacia el de la investigación, relacionando habitualmente lo libresco con problemas sociales de su propio entorno. Como pistas de esa encrucijada, pueden citarse sus ensayos Reflexiones sobre la depresión a partir de Ibn Jaldún (París, 1987) y El ?jaldunismo? en el espejo de la filosofía de la historia (Beirut, 1999). Esto es, una glosa del avance que supuso la peripecia del sociólogo, pensador e historiador Ibn Jaldun y que propició luego una novela, Al Allama ?El sapientísimo? traducida al castellano y que le deparó los premios Najib Mahfoud y el Grand Atlas Maroc en 2000.
Fruto de sus investigaciones, también resultaron La francofonía y el drama de la literatura magrebí de expresión francesa (Rabat, 2001) o El conocimiento del Otro (Rabat, 2001). «La filosofía, la historia y la poesía son los ingredientes de mi cocina literaria», aseguró durante una reciente comparecencia en la Fundación Caballero Bonald, en Jerez de la Frontera, donde confesó su devoción por autores como Federico García Lorca o Pablo Neruda. También aseguró allí que escritores como Gabriel García Márquez o Umberto Eco le han enseñado «que el acto de escribir no es sólo cultural sino que es un acto de responsabilidad hacia la escritura y hacia los lectores».
Aunque su matizada posición panarabista ha despertado ciertas controversias entre las comunidades magrebíes que no son árabes, su compromiso personal camina en paralelo a su compromiso literario, ya que, desde su punto de vista, ?los filósofos, en tanto que hombres y mujeres de buena voluntad asumen por ello la condición de críticos del mundo y de propagadores de una racionalidad solidaria, por lo que deben combatir, allí donde se encuentren, todas las formas y prácticas hegemónicas, desigualitarias e intolerables?.
Natural de Meknes y a punto de cumplir 60 años de edad, cursó estudios en la Facultad de Letras y en la Universidad Politécnica de Rabat, pero también en La Sorbona. Licenciado en 1970 en Filosofía y Sociología, su carrera académica se ha desarrollado en la capital marroquí. Su primer libro publicado fue una pieza teatral, que firma en 1970. Entre 1981 y 1984, editó la revista al-Badil, que podría titularse Alternativa, y que terminó cayendo bajo el peso de la censura. Vinculado a la defensa de los derechos humanos, entre sus galardones también incluye el de la Crítica, (1990) por su novela El loco del poder ?Machnun al-hukm?, que está traducida al español.
En este nuevo relato que ahora se vierte al castellano y se publica en nuestro país y que bien podría titularse ?Golpe en el sultanato?, descuella un excelente pulso literario pero también un compromiso explícito contra la tiranía y los manejos del poder, bajo el tamiz de la ironía y jugándose el tipo al poner en tela de juicio el sistema que rige en su propio país de origen, aunque nunca se mencione Marruecos ni cualquier otro país árabe en las páginas que siguen. Pero, entre líneas, lo que nos cuenta Himmich está mucho más lejos de las peripecias del sultán Al-Rashid y su visir Iznogud, que quiere ser califa en lugar del califa, que de lo que viene suponiendo la realidad política marroquí desde los años de plomo de Hassan II y lo que sigue significando, hoy día, el majzén ?palabra árabe de la que proviene la española ?almacén??, esa estructura invisible que mueve los hilos de la realidad, desde Palacio hasta la administración civil.
Para enmascarar la realidad y describirla al mismo tiempo, el escritor juega con los nombres. A primera vista, su principal personaje, Muamar Alí Ufkih, en principio, no guarda relación alguna con Mohamed Ufkir, el general que había destacado como el brazo de hierro de Hassan II y al que se le atribuyen las crueles represiones del Rif a lo largo de más de una década a partir de la independencia de Marruecos. El 16 de agosto de 1972, la baraka del monarca alauita le permitió salir ileso de un ataque aéreo sufrido por el avión en que viajaba. La nave fue ametrallada por tres cazas, cuando regresaba a Marruecos de su castillo de Betz, cerca de Senlis. La versión oficial del caso afirma que Ufkir se suicidó para lavar la vergüenza de no haber previsto el atentado. La realidad apunta a ejecución como responsable de dicha acción: de hecho, su esposa y su familia sufrieron presidio y exilio, en tanto que el chalet donde residían fue demolido por orden del rey.
Himmich describe a su protagonista por sus tres apodos: ?el hombre fuerte?, ?el general? o ?el amo de los ministerios?. Esto es, viene a coincidir con lo que fue Ufkir y el papel que luego asumió Driss Basri, a quien también Alá guarde en su gloria. Sólo que aquí, Ufkih no es el que conspira sino el que, aparentemente, salva al hipotético sultán Idrís III de la conspiración de un torpe coronel golpista llamado El Rami. Y aunque aparentemente su deseo ?era seguir siendo el único brazo armado, el único escudo protector del sultán?, a su muerte tampoco parece descartar la fórmula del ?republanato?, esto es, una república sultana.
Se trata de una ópera coral que vendría a equivaler a un Valle-Inclán más contenido y en la que conviven pitonisas con medios de comunicación, el árabe con el francés, alfaquíes y ex combatientes torturados que alzan la voz para emular y poner al día el célebre discurso de Charles Chaplin en El gran dictador. Jóvenes conspiradores se reúnen en torno a un árbol en las montañas de Chuf Cha ?antifaz de Chefchauen?, mientras que los diferentes convidados a esta epopeya son descritos con tanto rigor como eficacia aprovechando por lo común sus motes, como el todopoderoso Don Misión; ?un actor de teatro de primera fila, conocido entre la gente con el mote de ?Koyak?, debido a la similitud de su cabeza casi rapada con la del célebre actor americano?; el sargento Arub El Destripado, al que llaman Rambo, hasta que se le concede cambiar su sobrenombre por El Destripador, o el imponente oficial Abbás Al Rauasi, cuya máxima será ?el servicio a mi señor es lo primero, la comida lo segundo?. Himmich parece coincidir con Antonio Muñoz Molina en que resulta fundamental un buen nombre para, con ello, tener escrita ya media novela.
?Abbás Al Rauasi, ése era su nombre corriente en los días en que no era nadie importante ?avisa?. Pero, nada más entrar en la arena de las diversas argucias y alianzas que trabó para medrar en el escalafón de las dos policía, la convencional y la secreta, empezó a ser conocido como ?el chacal?, ?el intrigante?, o con el mote que le puso un líder estudiantil que se llevó una buena tanda de golpes de sus propias manos ?directamente, según se contaba? en una sesión de tortura. El mote era ?Potaboras?, o, para abreviar, ?Pota?, y empezó a extenderse y difundirse entre los estudiantes, trabajadores y amplias capas de la sociedad. El acreedor de tal mote entendía que hacía referencia al gran tamaño de su cabeza y a la enormidad de su mente, con lo cual le cayó en gracia y dejó que corriera de boca en boca?.
A la mirada crítica del autor no escapan tabúes contemporáneos de la sociedad magrebí, desde el nacionalismo que alentó con los procesos de independencia y que sigue siendo un componente residual de su política ??Las naciones no son más que el dinero que les queda. Si desparece el dinero, desaparecen las naciones? ? hasta la oficialidad de la religión, con la que está cayendo en dicha y en otras partes del mundo: ?Un ministro sin cartera preguntó al ministro de asuntos religiosos con cierto sarcasmo si a los camellos caídos en el campo de minas les estaba reservado el paraíso, pero entonces recibió un chorreo de agua que venía del hombre fuerte, y que fue como un mordiente bofetón, en castigo por su herejía y su burla?.
El mundo de Himmich difiere del de otros narradores marroquíes ya conocidos por los españoles ?desde Tahar Ben Jelloun a Mohamed Chukri, por poner dos casos bien diferentes?, en que sin renunciar a elementos realistas o incluso naturalistas, su visión del mundo empuja a la sonrisa pero también a la reflexión, esas sutiles formas de inteligencia.