GANAS DE HABLAR

GANAS DE HABLAR

-5%
17,31 €
16,44 €
IVA incluido
NO DISPONIBLE
Editorial:
TUSQUETS
Año de edición:
Materia
Literatura española
ISBN:
978-84-8383-048-2
Páginas:
312
Encuadernación:
RUSTICA
Colección:
VARIAS
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Después de toda una vida arreglándoles las uñas a domicilio a las ½señoras bien+ de La Algaida con su haute manicure, y dándoles bullanguera y muchas veces terapéutica conversación, el manicura Cigala recibe el reconocimiento oficial de sus paisanos, que le consideran una verdadera institución: el pleno municipal acuerda ponerle su nombre a una calle. Entusiasmado por la noticia, y alentado por sus irrefrenables y reivindicativas ½ganas de hablar+, Cigala pide que le pongan su nombre a la hasta ahora llamada calle Silencio, como compensación por cuanto, aunque parezca mentira, ha tenido siempre que callar. Con esas mismas ½ganas de hablar+, y hasta la fecha fijada para el acontecimiento, se lo irá contando todo, día a día, no sólo a su senil y silenciosa hermana Antonia, con la que vive y a la que cuida, y a sus clientas, y a la Fallon, y al curita Pelayo, sino también a sí mismo y a los fantasmas de su pasado, y se enfrentará a la pitracosa Purita Mansero y a todos los que se escandalizan porque le quite la calle nada menos que al Cristo del Silencio, cuya cofradía pasa por ahí cada Miércoles Santo. En Ganas de hablar, Eduardo Mendicutti reconstruye, por medio de apasionados soliloquios, la vida de un personaje que se reconoce en otros -mujeres, inmigrantes, gente fina venida a menos- y que reclama su derecho a recordarlo todo. Y lo hace recreando de manera prodigiosa un combativo y colorista lenguaje coloquial, ya en peligro de extinción, que acaba por erigirse en el otro gran protagonista de la novela.

Después de pasar toda una vida arreglándoles las uñas a las «señoras bien»  de La Algaida con su haute manicure, y dándoles bullanguera conversación, el manicura Cigala recibe el reconocimiento de sus paisanos: el pleno municipal acuerda ponerle su nombre a una calle. Entusiasmado, y alentado por sus reivindicativas ganas de hablar, Cigala pide que le pongan su nombre a la calle Silencio, como compensación por cuanto ha tenido siempre que callar.  Y hasta la fecha fijada para el acontecimiento, se lo irá contando todo, día a día, a su senil hermana Antonia, con la que vive, y a sus clientas, y a la Fallon, y al curita Pelayo, y se enfrentará a todos los que se escandalizan porque le quite la calle nada menos que al Cristo del Silencio, cuya cofradía pasa por  ahí cada Miércoles Santo.

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