El gofio y las cabras son nuestro vínculo ancestral con el mundo aborigen, con el pastor alzado que es nuestro rebelde por antonomasia.
Atengámonos a nuestro gofio, bendigamos esta costumbre sabrosa, nutritiva y frugal que ha permitido a la gente sencilla defenderse contra las crisis económicas y los golpes de la fortuna suministrando el alimento básico para subsistir y que ocupa el lugar de honor en la dieta campesina.
La modestia del menú canario puede parecer desoladora a los foráneos, pero el que se acostumbra a ella no deja de regocijarse cuando se le ofrece un caldero de papas, abiertas como flores, un suculento pescado salado o fresco y ese mojo verde o colorado que no puede faltar en la mesa y que es necesario neutralizar con unos tragos de vino isleño. Si a continuación nos ofrecen unos higos pasados, una ruedita de ñame o unos plátanos hinchones, podremos decir que «hemos comido y hemos bebido como un señor padre cura».