La inseguridad causada por el primer nacimiento queda transferida al segundo nacimiento a la vida futura. Nadie sabe exactamente lo que le aguarda al dejar este mundo, como no sabía lo que le aguardaba cuando vino a él; y, así, la inseguridad de la muerte resulta ser la contrapartida de la inseguridad del nacimiento, y la vida humana queda acotada entre estas dos supremas inseguridades. El hombre y la mujer nacen en un mundo extraño, y lo dejan por otro más extraño aún, siempre bajo el signo de lo desconocido. El miedo a la muerte, alimentado por todos los miedos menores a lo largo de toda una vida, se erige como el obstáculo fundamental que hay que superar con el coraje resuelto de abrazar la vida y desenmascarar todas sus amenazas con fe y confianza. El peor de los miedos es el miedo al mismo miedo. Cuando nos encontramos dispuestos a enfrentarnos a nuestros miedos, estamos ya en camino de vencerlos.