La insurrección está íntimamente ligada con la ciudad por ser en ella donde alcanza su máxima repercusión en el contexto político. Su explosión se relaciona con la entrada en la modernidad, o con uno de sus ciclos de crisis o momentos convulsos, y no se nos ocurre ninguna otra ciudad de este periodo más identificada con el imaginario insurrecto que París. Su tradición revolucionaria, anterior incluso a la señalada fecha de 1789, hace de ella un verdadero arquetipo de la ciudad insurrecta. La llama de la insurrección volverá a prender de nuevo en 1968, pero no será en los barrios populares del extrarradio donde se encienda la mecha, sino en el corazón mismo de París, en el centro espiritual que seguía siendo su Universidad. Si, inicialmente, podemos enmarcar estos acontecimientos en un contexto global más amplio, el del ciclo de protestas universitarias que dejará consecuencias en las universidades norteamericanas de Berkeley y Columbia, México, Berlín o Praga, la extensión que alcanzar