Cumbres azuladas, no saben de facturas ni dividendos pero son límite y prisión para el cuarentón de americana y camisa planchada, para el gerente, el oficinista y el obrero.
Inocencia definitivamente perdida, no quedan formas inéditas, insospechadas, para estos maridos y estas mujeres que evitan quedarse solos. Una incesante huida hacia la noche y la alienación, un océano de alcohol para este simulacro de naufragio. Existencia raquítica amueblada con insulsas conversaciones y cogorzas, en elegantes pisitos o en tugurios con derecho a palmada en el culo.
Una generación burguesa que no encuentra salida en ésa época siniestra. «Tome su güisqui, caballero», y flote en la conformidad.
En esta novela urbana tan real, el mundillo intelectual se nutre del «Notable Poeta», para alternar en la barra del Mencey, e intercambiar nimiedades. Y logra acceder a la sublime certeza de lo bonita, lo preciosa y lo bella que es la isla.
En esta bancarrota histórica en que se halla sumida la realidad con sus múltiples censuras, La Laguna, distrito universitario sin consuelo, ve agotadas antes de nacer las protestas y postergado todo compromiso político por la urgencia de ligar en los pasillos y la sagrada persecución de las niñas extranjeras (todas rubias ) en el Puerto de la Cruz.
Una necrópolis gris donde se sepulta cualquier esperanza que pudiera alimentarse de barbas contestatarias.
Esta es la novela en la que no pasa nada, pero nada, donde los protagonistas se exhiben ante el lector y muestran su desconcierto y su desnudez en un desencanto generalizado y prosaico.
Individuos que no quieren saber nada de ningún rollo, gente que sólo reivindica el derecho a rascarse.
Cadáveres conservados en alcohol, indiferentes al amor.
Cascarones vacíos que se apretujan y magullan y se consumen los unos contra los otros en un bullicio sin metáforas.
Varias generaciones que se cruzan dramáticamente sin verse, destrozando lo por venir en su continuo sudar y debatirse sin moverse del sitio.
