QUIETO

QUIETO

-5%
14,42 €
13,70 €
IVA incluido
En stock
Editorial:
ANAGRAMA
Año de edición:
Materia
Literatura española
ISBN:
978-84-339-7183-8
Páginas:
240
Encuadernación:
RUSTICA
Colección:
VARIAS
-5%
14,42 €
13,70 €
IVA incluido
En stock

Quieto cubre siete años en la vida de nuestro hijo Lluís Serra Pablo, alias Llullu, que nació con una grave encefalopatía, escribe el autor. La terminología médica dice ½encefalopatía no filiada+, el lenguaje popular ½parálisis cerebral+ y el lenguaje administrativo ½discapacitado con grado de disminución del 85%+. En casa, todas estas etiquetas cuentan poco. Lluís es nuestro segundo hijo. En Quieto he buscado explicar el ambivalente estado emocional que provoca tener un hijo que no progresa adecuadamente. Me ha parecido que la mejor manera de hacerlo era rescatar escenas fijadas en la memoria. Dorian Gray vendió su alma al diablo para poder ser, más que inmortal, invariable, mientras los estragos del tiempo iban modificando el retrato que había escondido en el sótano. Aquí se invierte el proceso. Nuestro hijo y todos los que son como él actúan de espejos. Todos los que nos miramos en ellos envejecemos de un modo distinto. Si Dorian Gray hubiese conocido a un Llullu habría aprendido a mirar en vez de querer ser mirado. A envejecer.

Quieto cubre siete años en la vida de nuestro hijo Lluís Serra Pablo, alias Llullu, que nació con una grave encefalopatía que la ciencia neurológica aún no ha sido capaz de definir, escribe el autor. Siete años después de su nacimiento, la terminología médica no pasa de encefalopatía no filiada, el lenguaje popular se las apaña con la fórmula, bastante clara, de parálisis cerebral y el lenguaje administrativo lo evalúa como discapacitado con grado de disminución del 85%. En casa, todas estas etiquetas cuentan poco. Lluís es nuestro segundo hijo. Tiene unas necesidades peculiares, pero eso sólo significa que estamos más pendientes de su fragilidad. Nuestro objetivo es que ni su hermana ni nosotros dejemos de hacer nunca nada de lo que haríamos si no tuviera que ir por el mundo al 15% de rendimiento. No siempre es posible, pero la mayoría de veces se trata sólo de hacerlo de otra manera. En Quieto he buscado una forma narrativa de explicar el ambivalente estado emocional que provoca tener un hijo que no progresa adecuadamente. Un estado a menudo expuesto al aguijón del dolor, pero en el que predomina el regocijo y cierto embeleso. Me ha parecido que la mejor manera de hacerlo era rescatar escenas concretas fijadas en la memoria y ponerlas en movimiento. Recuerdos refulgentes. Con las piezas de esta bitácora del dique seco he pretendido componer un espejo. Dorian Gray vendió su alma al diablo para poder ser, más que inmortal, invariable, mientras los estragos del tiempo iban modificando el aspecto del retrato invisible que había escondido en el sótano. Aquí se invierte el proceso. Nuestro hijo ni es invisible ni es el retrato de nadie, aunque se parezca a sus padres y a su hermana. Él y los que son como él actúan de espejos. Todos los que nos miramos en ellos un poco a fondo envejecemos de un modo distinto. Si Dorian Gray hubiese conocido a un llullu nunca se habría conformado con la invariabilidad de los presuntos inmortales. Habría aprendido a mirar en vez de querer ser mirado. A envejecer. Muy probablemente no habría querido ser retratado, sino retrato.

Otros libros del autor