Hay pájaros y pájaros. Los gorriones de Valeria se limitan a pasar por delante de su ventana, a irrumpir en sus sueños, a revolotear su soledad, a poblar el silencio de sus voces. Y poco más. Ves? Presencias? Espíritus? Como poblamos el vacío, como suplimos las carencias? Y, sobre todo, la ausencia: aquel agujero que dejan los que se van antes de que nosotros, como lo llenamos? Donde se aprenden la renuncia, la resignación, el olvido? Valeria, es cierto, no quiso aprender los estrategemes que el tiempo brinda a los que tienen prisa. Decidió quedarse donde estaba, con la ausencia a flor de piel y los pájaros en la cabeza, el corazón, en el alma, en la sala de estar ... Es su, sí, una soledad sonora, y su vacío, un vacío más bien lleno. De espíritus, de presencias, de voces. O sea: de pájaros. Quedarse, sí, de acuerdo, pero muy lejos de la conformidad. A su manera, Valeria se rebela y busca, en un viaje inmóvil, lo que perdió sin haber tenido nunca. El amor? Digamos amor. La verdad es que su podía haber sido una historia de amor: de búsqueda del amor más allá de la muerte. Un drama sublime, en fin.
