Escurridiza y en permanente fuga, la palabra, en su intento de nombrar, revela y oculta al mismo tiempo, convocando en su significación aquello que permanece velado y que se resiste a ser descubierto. Esto es lo que se puede leer en Los versos inútiles. La poesía -como dice Octave Mannoni-, no está en las palabras, sino en otra parte. Devenida palabra que nombra, la poesía fluye inagotable de un hondo venero localizado en un más allá ignoto, límite donde el ser se denuncia en su imposibilidad, o fracaso del acto simbólico de nombrar. Pero no sólo esto. Los versos inútiles, es el testimonio desolado del viaje en solitario que emprende Álvaro Fierro por los sinuosos y escurridizos vericuetos que serpentean por el interior del sujeto con un único instrumento: el lenguaje -del que no se le pide ya eficacia y eficiencia en los signos y símbolos-, en un intento de asir, de aprehender si acaso, la Cosa. Lo que concluye el bardo es precisamente que ahí ya no no hay nada, que ha huido de nuevo y que la búsqueda ha sido frustrada; y más aún, que lo que subyace al sujeto, lo que hay en ese más allá inquietante,